No he acampado en la Puerta del Sol. No me he manifestado en las Cortes. No he impedido ningún desahucio. No pertenezco a ninguna asociación vecinal ni he leído ¡Indignaos! de Stéphane Hessel, pero estoy indignada.
Indignados los hay de todos los colores: parados, funcionarios, jueces, profesores, comerciantes, hosteleros, universitarios, agricultores... cada uno con sus motivos, cada cual es muy libre de indignarse por lo que quiera. Y de eso precisamente venimos a hablar aquí, de libertad.
Ayer a las diez y cuarto de la noche no pudimos comprar una botella de vino en el supermercado Carrefour: "Lo siento mi amor, decía la apurada cajera con un delicioso acento colombiano, no puedo vendérsela, es la ley. Váyase usted al Vips a ver si allí se la venden".
Ayer a las diez y cuarto de la noche no pudimos comprar una botella de vino en el supermercado Carrefour: "Lo siento mi amor, decía la apurada cajera con un delicioso acento colombiano, no puedo vendérsela, es la ley. Váyase usted al Vips a ver si allí se la venden".
En Madrid, un adulto no puede comprar una botella de vino más tarde de las 22:00. Según el DRAE indignar es irritar, enfadar vehementemente a alguien. Estoy indignada. Ayer alguien me irritó, me enfadó vehementemente. El mismo alguien que aun se cree que el botellón se evita prohibiendo que una persona hecha y derecha se compre una botella de vino un sábado a las 22:15 o a la hora que le venga en gana. Desde luego es para indignarse, ¿o no?.
BMB