Este fin de semana lo hemos pasado en Joao Vieira, una de las 89 islas que componen el archipiélago de las Bijagós. Estas islas tan poco conocidas son un auténtico paraíso y en mi opinión razón suficiente para visitar Guinea Bissau. Hay unas 18 islas principales y docenas de islas más pequeñas. Sólo 20 están habitadas y las demás tienen algunas "tabankas" (poblaciones de nativos). El transporte y la comunicación con las islas es difícil y gracias a ello sobreviven aún culturas y tradiciones ancestrales. En todo el archipiélago está muy vivo el mundo de la magia, la brujería y el conjuro. Además es un destino muy visitado por antropólogos ya que es uno de los pocos lugares en el mundo donde aun quedan vestigios de sociedades matriarcales.
La salida estaba programada para el viernes a las 13:00 h pero como llovía y la mar estaba revuelta, aun estamos en época de lluvias, se retrasó hasta las 16:00 h. Una vez en camino, y aunque el barco iba despacio por tener poca potencia, todo parecía ir sobre ruedas: brillaba el sol y teníamos por delante dos horas y media de agradable travesía. Si hay algo que he aprendido en el año que llevo en Bissau es que aquí no se pueden hacer planes. En cualquier momento puede ocurrir un imprevisto y lo que es peor, la situación siempre es susceptible de empeorar. A los diez minutos de salir de Bissau se rompió uno de los dos motores del barco. Bueno, no pasa nada, tenemos otro y es de día. Lo peligroso en África es la noche.
Al ir con un sólo motor y de poca potencia, aquello era como uno de esos barcos de los que recorren el Sena con jubilados y enamorados. Vamos, que íbamos pisando huevos y después de tres horas de viaje se decidió por unanimidad pasar la noche en la isla de Rubane ya que a Joao Vieira era imposible llegar en aquellas condiciones.
La solución era buena. Ponta Anchaca, el hotel de Rubane, es el mejor de las islas. Pasaríamos la noche allí y al día siguiente, con el motor reparado, saldríamos para Joao Vieira.
La solución era buena. Ponta Anchaca, el hotel de Rubane, es el mejor de las islas. Pasaríamos la noche allí y al día siguiente, con el motor reparado, saldríamos para Joao Vieira.
Al mediodía del sábado por fin llegamos a nuestro destino. Tantas horas de barco habían merecido la pena. Playas interminables, arena fina, cocoteros, sol radiante....
Por la tarde, algunos volvimos a embarcarnos para ir a la isla de Poilao a ver las tortugas marinas que era el objetivo principal de aquel viaje.
Poilao es uno de los lugares más importantes de desove de las tortugas verdes marinas de todo el atlántico. Durante la época de lluvias llegan cientos de tortugas a poner sus huevos en la playa. Llegan con la marea alta, cruzan la playa y desovan en las dunas. Escarban un hoyo y ponen entre 50 y 100 huevos. La incubación dura entre 40 y 70 días y durante este tiempo los huevos se enfrentan a peligros como perros, pájaros, cangrejos, mareas altas, traficantes de huevos o excursionistas clavando tiendas de campaña.
Las tortuguitas salen de los huevos durante la noche. Siempre esperan a sus hermanas y van todas juntas hacia el mar. Cuando bajamos del barco, enseguida vimos cientos de pequeñas tortugas que corrían entre nuestros pies intentando alcanzar el agua. Me impresionó como nada más salir del cascarón, corrían todas como descosidas en dirección al agua intentando salvar a los cangrejos (enormes) y a otros depredadores. Algunas andaban un poco desorientadas por las luces de nuestras linternas pero casi todas llegaban.
Más tarde pudimos ver el desove de las tortugas grandes en directo. Me emocionó ver el esfuerzo que hacían para poner los huevos en la oscuridad. Uno de los vigilantes me dijo que lloran de dolor.
Más tarde pudimos ver el desove de las tortugas grandes en directo. Me emocionó ver el esfuerzo que hacían para poner los huevos en la oscuridad. Uno de los vigilantes me dijo que lloran de dolor.
La tortuga marina es el único animal que regresa a poner sus huevos en la misma playa donde nació. Migran y después regresan a su playa para anidar. Hay estudios que dicen que pueden detectar los campos magnéticos de la tierra para determinar la longitud y latitud y así poder navegar y situarse.
Esta habilidad de las tortugas claramente no la tenía el patrón de nuestro barco.
Al poco de salir, el barco parecía que iba haciendo círculos y el patrón nos confesó que llevaba un rato sin seguir un rumbo concreto ya que el GPS estaba averiado. Así, nos encontramos de repente en la siguiente situación: estábamos en un viejo cascarón sin GPS en medio de la noche en algún lugar del atlántico y con varias tormentas acercándose. El patrón apagó los motores para ver que hacíamos. Yo me mantenía en la proa con mi chubasquero en plan capitán Pescanova intentando distinguir algo entre tanta oscuridad. Tras diez minutos de angustia que me parecieron diez horas cayó un rayo en frente de nosotros, prendió el "mato" y una de las chicas portuguesas gritó: uma ilha!, uma ilha! Allí estaba, a nuestra izquierda la isla de Meio. La referencia que necesitábamos. Al fin llegamos a Joao Vieira a medianoche muertos de cansancio y con el susto en el cuerpo pero sanos y salvos.
El domingo amaneció soleado y espléndido y pudimos disfrutar de aquellas maravillosas playas que nos hicieron olvidar las "aventuras" del día anterior.
BMB
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