Hace un año que llegué a Bissau y desde casi los primeros días me ronda por la cabeza la idea de escribir. Me considero testigo en primera fila de momentos y situaciones curiosas, interesantes, desesperantes y en todo caso diferentes y quiero compartirlo con los que están aquí viviéndolas conmigo y con los que están allí.
Recuerdo aquel día muy largo y muy cansado. Candela y Camarón (nuestros perros) vinieron por supuesto con nosotros y así me despertaba el 27 de agosto de 2009 en Guinea Bissau: en una habitación de hotel de 8 metros cuadrados con un diplomático, dos perros drogados, 4 maletas y una tormenta tropical. Y con todas mis cosas en un contenedor flotando en algún lugar del atlántico.
Los días siguientes no fueron mejores. Aquella mañana ya fuimos a ver como avanzaban las obras de nuestra casa, alquilada a medio construir 4 meses antes a un guineano “de fiar” según nos habían asegurado. Pero los trabajos no habían avanzado nada. Lo que encontramos fue 14 “pedreiros” y un “engenheiro” tirados en el suelo por aquí y por allá que hacía varios meses que no cobraban y con ninguna disposición para el trabajo. Aquello ya me dio mala espina pero aun no sabía lo que nos esperaba…
Almuerzos, cenas, cócteles, caviar, Ferreros Rocher ¡¡¡¡ Eso me habían dicho de la vida diplomática pero en el tiempo que llevo en Bissau no he visto ni en sueños un Ferrero Rocher y lo más parecido al caviar que he comido son esas croquetas pequeñísimas de carne de “algo” y miles de especias que te ponen en todas partes aquí y que hacen del Almax un indispensable en tu botiquín junto con el repelente de mosquitos.
La gente se imagina a las mujeres de los diplomáticos en África como unas señoras elegantemente vestidas de blanco, bebiendo champagne sentadas en un sillón de bambú abanicadas por un negro con un enorme abanico de plumas mientras coquetean con un apuesto coronel inglés que bebe Gin-tonic. Sin embargo, la realidad es muy distinta. ¿Qué mujer sensata dejaría su prometedor puesto en una multinacional para seguir a su marido a un país como Guinea Bissau, Burkyna Fasso o Guinea Conakry (no todos van a Paris) sin saber cuando va a volver ni donde va a vivir y si tendrá que reconstruir su casa, sabiendo que cada tres años durante todo su vida tendrá que desmontar todo el chiringuito para meter todas sus cosas en un contenedor para volver a empezar y volver a adaptar las mismas cortinas a otras ventanas y hacer nuevos amigos que posiblemente no volverá a ver nunca? Y sobre todo, ¿qué mujer haría esto sabiendo que no va a cobrar ni un duro por ello?
Afortunadamente algunas hay…..
En Ajoblanco con mango el hilo conductor será la comida aunque no pretende ser un blog de alta cocina. Hablaré de cocina y de Guinea Bissau y de cómo ha sido mi adaptación al medio ya que en Bissau no se encuentra casi nada en el mercado y hay que ingeniárselas entre lo que hay y lo que te traes en la maleta cada vez que vienes. Al aeropuerto “Osvaldo Vieira” no llega maleta sin comida. Las de los españoles vienen repletas de jamón y chorizo; las de los franceses de quesos y foie, y las de los de los portugueses por supuesto de bacalhau y vinho verde.
El Ajoblanco con mango no es uno de esas comidas del tipo "Crema de papas aliñás desecadas al aroma de bajamar de dos cangrejos moros heterosexuales en emulsión de espárragos trigueros" que se sirven en platos grandes a ser posible cuadrados o triangulares como diría mi admirado Antonio Burgos. El ajoblanco con mango es la adaptación guineana de una sopa española de almendras y ajo de origen humilde.
Un día de mucho calor que tenía invitados a comer decidí preparar un ajoblanco fresquito. Me fui al mercado a por todo lo necesario y no encontré en toda la ciudad ni almendras ni uvas ni melón (“Melão? Melão ka ten” me decía el que vende las frutas en una furgoneta en frente del Bonjour). Algo tenía que hacer y rápido. Lo más parecido a las almendras que pude encontrar fue el Cajú y en cuanto a las uvas, nada parecido… así que Pablo me dió la idea: “ponle mango que aquí hay mucho”. Aquel primer ajoblanco bissau-guineano resultó estar simplemente delicioso. Como curiosidad diré que haciéndolo con cajú también sale blanco. No lo entiendo muy bien ya que el cajú es marroncillo pero es así.
Desde entonces siempre que cocino ajoblanco con mango mis invitados me piden la receta. Así que ahí va:
INGREDIENTES PARA 4 PERSONAS:
- 250 gramos de cajú crudo, no del que ya está tostado (almendras crudas en la receta original).
- 2 dientes de ajo.
- 150 gramos de miga de pan remojada en agua (mejor si es del día anterior).
- Vinagre al gusto.
- Sal.
- 1 litro de agua fría.
- 2 mangos.
PREPARACIÓN:
1- Poner en el vaso de la batidora el cajú o las almendras, los ajos pelados y la sal y triturar. A continuación añadir la miga de pan remojada y triturar hasta conseguir la consistencia de una pasta. De no ser así, repetir la operación.
2- Sin dejar de batir, ir añadiendo el aceite de oliva poco a poco. Después, añadir el vinagre, el agua y la sal hasta que quede una sopa fina sin grumos. Yo la hago con Thermomix y no necesito colarla pero para los que la hagan con batidora tradicional posiblemente será necesario. 3- Guardarlo unas horas en la nevera y servirlo muy, muy frío, en cuencos y con el mango a parte cortado en cuadraditos pequeños.
Nota: A mi me gusta un poco más espeso y a veces le pongo menos agua.