viernes, 24 de diciembre de 2010

Navidad en Bissau

Salvo porque hace un sol de justicia y 35ºC a la sombra, la navidad en Bissau es lo mismo que en España: compras y atracones. A los guineanos les encanta gastar y en estos días el dinero sale de no se sabe donde y pasa de mano en mano en las calles de Bissau. El mercado de Bandim es un hervidero. La actividad  es tal que ya la quisiera para si la calle Preciados de Madrid.

Mercado de Bandim

En un país como Guinea Bissau donde conviven varias religiones, la navidad es la fiesta de todos. La relación entre cristianos y musulmanes es muy cordial en Navidad. Se visitan mutuamente, se ofrecen unos a otros dulces y bebidas y se expresan buenos deseos y bendiciones. Incluso dentro de una misma familia hay varias religiones pero en nochebuena se juntan todos a comer cabra o gallina y beber vino. Luego acuden a la misa de medianoche donde se representan belenes vivientes y se cantan canciones religiosas de temas navideños que no son villancicos.

En esta época, los guineanos se compran ropa y zapatos nuevos, en especial las mujeres, que además suelen ir a la peluquería o comprarse una buena colección de pelucas.

Decoración navideña en el Centro Comercial Sunu Kerr. Mercado de Bandim


Todos los comercios de la ciudad lucen su decoración navideña. Estrellas, espumillones y lucecitas hacen de Bissau un lugar aún más peculiar de lo habitual. 

Las tiendas están hasta los topes de mercancía que se amontona en cajas en los pasillos y que no se suele encontrar en otra época del año.  En el supermercado Darling, los trozos de bacalao en salazón se venden como churros. En una tienda china de juguetes y jilipolleces varias, llena hasta la bandera, un chino con unos prismáticos vigila subido en una escalera de tijera que nadie le robe nada. Fuera, en la puerta, un guineano vende guirnaldas navideñas a 500 francos dos. 


Venta de guirnaldas en Bandim



Cajero del supermercado Darling con su uniforme navideño

Quitando la familia, el turrón y los Reyes Magos, la navidad no es tan excitante. Pasarla tomando el sol en la isla de Rubane es un magnifico plan.

¡FELICES PASCUAS!



BMB






domingo, 19 de diciembre de 2010

Orango

Salimos por la mañana en barco desde Rubane, donde estábamos alojados, y llegamos a Orango al mediodía. Desde el barco, la isla parece desierta, sólo palmeras y una inmensa playa virgen. 
Al llegar recogimos a Carlos, un guineano que trabaja en el hotel y que hizo de guía en nuestra pequeña aventura por la selva. Desde la playa fuimos en barco hacía la laguna, contentos y algo excitados ante la perspectiva de ver los hipopótamos en directo. Por el camino, ya avistamos flamencos y garzas gigantes. La cosa prometía.



A medida que íbamos avanzando el paisaje se tornaba espectacular y misterioso: estábamos dentro de un manglar rodeados de lianas al más puro estilo de La Reina de África. Íbamos despacio para no encallar en el fango y podíamos oír muy cerca los sonidos inquietantes de la selva.



Frente a nosotros vi meterse en el agua un cocodrilo y justo entonces Carlos dijo: aquí nos bajamos. No dábamos crédito. Teníamos que seguir a pie por aquel lodazal hasta llegar a la laguna de los hipopótamos. Los primeros metros fueron terribles, nos hundíamos en el barro hasta los tobillos.



Aun no sabíamos lo que nos esperaba. Casi tres horas de caminata. Tan pronto atravesábamos tramos de selva frondosa como extensiones sin árboles con una vegetación muy alta que teníamos que ir apartando con las manos para no arañarnos la cara. Con Carlos a la cabeza, íbamos en fila de uno sin decir ni mu.



Hicimos un alto en el camino para saludar a los habitantes de una tabanka. Los hombres colaban aceite de palma, las mujeres preparaban la comida y un montón de niños jugaban con palos, ruedas, botellas vacías o lo que encontraban por ahí.




Luego, seguimos hasta que por fin llegamos a una especie de zona pantanosa donde tendrían que estar los hipopótamos. Carlos empezó a dar palmadas y a imitar el sonido de los animales para que salieran del agua pero nada, ni rastro. Entonces, nos dijo que quizás estarían en la laguna grande, a unos tres kilómetros de allí. La vegetación se hacía más espesa a cada paso. Como nadie nos había contado de que iba el asunto, no íbamos preparados: algunos en chanclas, todos en pantalón corto y casi todos  sin sombrero. Carlos seguía avanzando deprisa y nosotros detrás, exhaustos pero animados por los excrementos de hipopótamo que nos iba mostrando aquí y allá.



Ya en el pantano, tuvimos que cruzar un charco fangoso donde el agua nos llegaba por la rodilla, de esos  que suelen estar llenos de sanguijuelas y cocodrilos... Decidí no pensar y cruzar a toda prisa. Todo sea por ver los hipopótamos. Carlos, empezó otra vez con su ritual de palmas y sonidos raros pero allí no había ni un hipopótamo. Con la moral por los suelos emprendimos el camino de regreso hacia  donde nos recogería el barco. El baño en aquella playa espectacular y desierta nos levantó un poco el ánimo. Eran casi las cuatro de la tarde cuando llegamos al hotel exhaustos, sedientos, hambrientos y magullados. Nos tenían preparadas cuatro cervezas heladas y una deliciosa comida que compensó un poco la decepción de los hipopótamos.

Me gustó mucho el hotel. Orango Parque Hotel pertenece a una fundación española que ha puesto en marcha un proyecto de ecoturismo en las islas Bijagós. Tiene siete cabañas y un edificio central donde está el restaurante,  con un gran porche muy agradable (se nota la mano de los españoles, siempre buscando la sombra...)




El viaje de vuelta a Rubane en barco fue delicioso. Anochecía y el mar estaba como un plato. Íbamos todos callados pensando lo increíble que habría sido la excursión si hubiéramos visto hipopótamos. Sin duda volveremos a intentarlo.



BMB

miércoles, 8 de diciembre de 2010

San Jacobos


Entre un buen San Jacobo casero y uno congelado hay un auténtico abismo. Como cualquiera que ha vivido en un piso de estudiante, yo de San Jacobos congelados entiendo un rato. Entonces, eran la piedra angular de nuestra alimentación. Recuerdo unos que comprábamos  en la sección de congelados del Día, que eran todo rebozado y cuando llegabas al centro el jamón de York aun estaba congelado... 

De entre las recetas de toda la vida, los San Jacobos es una de mis favoritas. ¡Que gran clásico! ¡Que institución! Simple y genial. La semana pasada enseñé a Itler a hacer San Jacobos. Le salieron bastante bien aunque al final me dijo:  "Isto chama-se Cordon Bleu". ¡Muy fino mi cocinero!
Recetas hay muchas y nombres también: cordón bleu, San Jacobos, escalopes, libritos... Hay quien los hace con filetes de ternera o con pechugas de pollo, con jamón de York o serrano aunque el elemento común es siempre el queso.

Parece que tienen su origen en las hosterías del Camino de Santiago donde probablemente con este plato de lujo se obsequiaba a los peregrinos que hubiesen realizado una heroica gesta.

Yo los preparo como me contó Pablo que los hacen en casa de su abuela Isabel, donde por cierto, se come de cine. El secreto: ponerles paté. El toque de gracia de un buen San Jacobo.

INGREDIENTES
  • Cinta de lomo fresca cortada "en libritos".
  • Jamón de York.
  • Queso manchego en lonchas finas.
  • Paté.
  • Huevo y pan rallado para el rebozado.
  • Aceite de oliva virgen.

PREPARACIÓN
  • Cortar la cinta de lomo en filetes gruesos y estos a su vez en dos pero sin llegar a cortarlos del todo, formando así los libritos.Yo suelo comprar la cinta de lomo entera y los parto en casa pero se lo podemos pedir al carnicero.
  • Rellenar cada librito con jamón de York y dos lonchas de queso.
  • Untar con paté por dentro y cerrar los libritos.
  • Pasar los libritos por huevo y pan rallado. No hace falta cerrarlos con un palillo ni nada porque el mismo huevo hace de pegamento.
  • Freir en abundante aceite de oliva hasta dorarlos y luego dejarlos un rato sobre papel absorbente para quitar el exceso de aceite.
  • Servir con patatas, huevos fritos y ensalada.

Si sobran, sugiero sacarlos un rato de antes de cenar de la nevera, cortarlos en tiras y tomarlos a temperatura ambiente en plan picoteo con picos de Jerez y una cerveza helada. Buenísimos.

BMB